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Biografía de Inca Garcilaso de la Vega

Biografía de Inca Garcilaso de la Vega

Letras cusqueñas.

Con la espada y con la pluma.

Conocido universalmente como Inca Garcilaso de la Vega, ha devenido en Símbolo de la peruanidad por su condición de mestizo, hijo de conquistador español y princesa indígena, pero sobre todo por su obra insigne, los Cometarios Reales de los Incas, la cual, a pesar de los reparos históricos que actualmente se le hacen, nos brinda la imagen más perdurable, aunque idealizada, de la sociedad inca.

Garcilaso nació en el Cusco el 12 de Abril de 1539. Su padre era el capitán Sebastian Garcilaso de la Vega Vargas, de ilustre familia toledana, y su madre, la ñusta Chimpu Ocllo, quien adoptó luego el nombre cristiano de Isabel Suárez. Fue bautizado como Gómez Suárez de Figueroa (Usando uno de los apellidos del linaje paterno, según costumbre de la época), nombre que conservó durante muchos años. Durante su niñez tuvo oportunidad de acudir a la corte de Sayri Túpac, el Inca reconocido por los conquistadores y de tratar con muchos parientes maternos, que pertenecían a las más rancia nobleza incaica, así, fue testigo directo, también de oídas, por los relatos de sus familiares, del ocaso del Tahuantinsuyo. Su educación estuvo a cargo de formal estuvo a cargo de maestros españoles, con los cuales aprendió Latinidad, Historia y Doctrina Cristiana.

En 1560, un año después de morir su padre, quien se había casado en 1557 con una dama española, partió a España a educarse. Aunque fue acogido por su familia paterna, del linaje de los marqueses de Priego, Garcilaso no dejará de sentir en carne viva su condición de hijo natural.

Por eso, y por necesidades económicas, a poco de llegar iniciará una serie de largas gestiones ante la corte de Madrid para lograr el reconocimiento de sus derechos como hijo de conquistador. Sin embargo, en las averiguaciones del expediente la conducta de su padre durante las guerras civiles resultó cuestionada, y el Inca vio frustrados sus intentos. Amargado, pidió licencia para volver al Perú, pero esa posibilidad también le fue denegada.

Con muchos hombres de su época, vistió el uniforme militar y combatió en Navarra e Italia. También, en 1570, en la guerra contra los moriscos sublevados en las sierras granadinas de las Alpujarras, ocasión en la que obtuvo el grado de capitán.

Apartado de la milicia, su vida se encaminará hacia el mundo de las letras. En 1590 apareció en Madrid la traducción del indio de los tres diálogos de amor, de León Hebreo, su primer libro. A él seguiría, publicada en Lisboa en 1605, La Florida del Inca. En este libro, que relata la expedición de Hernando de Soto a Norteamérica, Garcilaso se ejercitará en el oficio de historiador y narrador al procesar el testimonio de un testigo directo de los hechos, el viejo soldado Gonzalo Silvestre, también amigo y compañero de su padre en la conquista del Perú.

También en Lisboa, en 1609, se editará la primera parte de los Comentarios Reales de los Incas. Obra compuesta de nuevo libros, en ella Garcilaso emprende una tarea de proporciones enciclopédicas al trazar la historia de los incas y describir sus costumbres. Su amplísima cultura renacentista es el marco que da sentido a una visión dinámica de la historia, en la que la humanidad camina hacia formas cada vez más civilizadas, perspectiva que le permite, a la vez que exaltar los logros del imperio de los incas, justificar la conquista española. Es imposible dejar de observar, sim embargo, que a pesar de reconocer, intelectualmente, la superioridad de la cultura europea, sobre todo por haber aportado la verdadera religión, emocionalmente Garcilaso adhiere a sus ancestros maternos y hace de su libro un encendido elogio de la grandeza incaica. Nutrida de nostalgia, la escritura de los Comentarios Reales, se apoya fundamentalmente en el recuerdo del autor y en su capacidad de interpretar los testimonios de primera mano que ha recogido de sus parientes indígenas. No extraña, por eso, que inicie el libro con la proclamación de su conocimiento del quechua, dominio que le otorgaría ventaja sobre otros historiadores, que no comprendieron bien los vocablos que oyeron, pues, como extranjeros en aquella lengua, interpretaron fuera de la propiedad de ella. Por su puesto, Garcilaso empleó para su obra todas las otras fuentes a su alcance, desde las impresas hasta las noticias de los viajeros recién llegados de las Indias, además de las que a su solicitud, le enviaban sus parientes del Cusco.

La segunda parte de los Comentarios reales se publicó póstumamente en Córdoba en 1617 bajo el nombre de Historia General del Perú. Si en la primera había hecho el elogio del incario, en esta relata la conquista y las guerras civiles y reivindica la memoria de su padre.

En su vejez padeció algunas dificultades económicas, pero puedo construirse una capilla en la catedral de Córdoba, donde pidió se enterado. Murió en el hospital de la Limpia Concepción de esa Ciudad, el 23 de abril de 1616, coincidentemente en mismo día de fallecían Miguel de Cervantes y William Shakespeare. En su testamento menciona a un hijo suyo tenido con una criada posiblemente morisca, pero en su testamente espiritual abre su pensamiento a todos los peruanos. La lejanía del Perú, ya definitivamente cerrado al retorno, y la cercanía de las muerte habían acrecentado la añoranza de Garcilaso y en la dedicatoria de la Historia, quizás las últimas líneas que escribiera, se dirige “A los indios, mestizos y criollos de los renos y provincias del grande riquísimo imperio del Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, su hermano, compatriota y paisano, salud y felicidad.

La frase, de perfecta simetría renacentista, pone en relación las dos series de sustantivos: “indios” se corresponde con “hermano”, “mestizos” con compatriota” (es decir, de una patria común) y “Criollos” con paisano (esto es, nacidos en un mismo país). No quedan dudas de dónde depositó su corazón Garcilaso.

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