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La Leyenda de Manco Capac y Mama Ocllo

La Leyenda de Manco Capac y Mama Ocllo

No solo por su cercanía al cielo, sino por todos los dones que derrama sobre sus extensos dominios, el Titicaca estuvo destinado a ser un lago sagrado. Ignoramos el nombre que le dieron los primeros hombres que se acercaron a sus orillas, pero es casi seguro que ya entonces interpretaron el azul de esas aguas como una prueba de su hermandad con las llanuras del firmamento. El dorado de sus totorales y el oro que sobre él derraman los crepúsculos sólo confirmarían la especial predilección de los dioses por el Titicaca.

Por eso no extraña que, puestos a buscar su origen en el fondo de los tiempos, los incas hubiesen escogido nacer de sus aguas. Quien mejor recoge la leyenda, de boca de uno de los parientes maternos, Garcilaso de la Vega en el capítulo XV de sus Comentarios reales.

Pues sucedió que en tiempos antiguos, cuando es estas regiones del mundo las gentes vivían “como fieras y animales brutos, sin religión ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes, porque no sabían labrar algodón ni lana”, el sol, apiadado de ellos, decidió enviar a alguien que les diese leyes y les enseñara a vivir en razón y urbanidad.

Y así puso en el Titicaca a Manco Cápac y Mama Ocllo, hermanos y a la vez esposos, y les dijo que podían dirigirse hacia donde quisiesen llevando una varilla de oro.

“De media vara de largo y dos dedos en grueso, que les dio para señal y muestra que donde aquella barra se les hundiese, con sólo un golpe que con ella diesen en tierra, allí quería el sol nuestro padre que parecen el sol nuestro padre que parasen e hiciesen su asiento y corte”.

La divina pareja puso rumbo al norte y por todo el camino iban hincando la varilla, pero ésta sólo se hundió al llegar al cerro de Huanacauri, en el sur del valle del Cusco. Entonces Manco Cápac, estableciéndose en el lugar, decidió convocar a todos los hombres que vagaban por esos breñales, y con este propósito él se dirigió al norte y envió a Mama Ocllo al sur. Y con todos los que se les dieron principio a la fundación del Cusco, dividiéndolo en dos ayllus, Hanan y Hurin, y luego les enseñaron el cultivo del maíz y el arte del tejido, civilizándolos de este modo.

Para un antropólogo, se trata claramente de un mito de legitimación y como tal, su lenguaje simbólico oculta e ilustra a la vez. Oculta, por ejemplo, que antes de la fundación del Tawantinsuyu el grado de cultura de los antiguos peruanos era bastante elevado y que los anteriores habitantes del Cusco no eran de ningún modo salvaje. Pero también revela algunos datos que los estudios actuales han confirmado, especialmente la procedencia altiplánica de los incas y su llegada a la región del Cusco en el contexto de las migraciones que siguieron al derrumbe del reino de Tiwanaco.

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Sea como fuese, la de Manco Cápac y Mama Ocllo es, entre las leyendas fundacionales del incario, la que más ha cautivado la imaginación popular. Quizás porque es sencilla y luminosa, pero también por su relación con ese misterioso espejo de agua en el que en tiempos remotos gustaban verse reflejados los dioses.

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