Los camélidos son originarios de América del norte, desde donde un grupo se dirigió al Asia cruzando el estrecho de Bering y dio origen a los camellos bactrianos, tronco del que, a su vez, surgió el dromedario. El otro grupo pobló todo el continente americano, pero con el tiempo quedó confinado en el sur, donde adquirió las características que hoy lo conocemos. En las últimas décadas se ha iniciado, por razones económicas, un repoblamiento de camélidos en Norte América y ya existen en los Estados Unidos alrededor de 110 000 llamas y un número mucho menor de alpacas.
La llama (Lama glama) es el mayor de los camélidos sudamericanos, los machos adultos llegan a pesar hasta 155 kilos y las hembras, poco más de 100 kilos. Existen dos razas bien definidas: la de pelo corto y escaso vellón, llamada en ccara, q´ara (“pelada”), caracterizada por menor desarrollo de fibra en el cuerpo y ausencia de ella en la cara, cuello y piernas; y la lanuda, también conocida como ch´aku, que es la menos común. Existe también un tipo intermedio y como la llama puede cruzarse con la alpaca y el guanaco, diversos híbridos. Los de llama macho con alpaca hembra se llaman huarizos, y los de llama hembra con alpaca machi, mistis, siendo los dos muy parecidos. Las llamas pueden llegar a vivir 29 años.
Domesticada desde hace alrededor de 4 500 años, este hermoso animal de paso grave y elegante ya no se encuentra en estado silvestre. Hasta hace relativamente poco, fue el medio carga más empleado en los Andes. En la actualidad, es criada sobre todo por su carne, aunque también se aprovechan su cuero, lana y como abono y combustible, hasta sus excrementos. La población de llamas en el Perú se calcula en un millón de ejemplares; en Bolivia existen alrededor de dos millones y medio y en Argentina, Chile, Ecuador un número muy reducido.
La adaptación de los camélidos a las condiciones ambientales de los Andes ha sido tal que pueden sobrevivir en condiciones que serían insoportables para por ejemplo, los ovinos, pues pueden alimentarse del ichu, la hierba que mayormente crece en las grandes alturas. Aunque hoy viven sólo en la sierra, en tiempos prehispánicos también se criaban llamas en la costa y hay evidencia arqueológica de que esto sucedía ya 2 500 años antes de Cristo. Las llamas costeñas eran alimentadas con hojas y corontas de maíz y con frutos del algarrobo y se empleaban en labores de transporte de productos agrícolas.
Esta adaptación es un factor que cobra hoy una gran importancia, pues convierte a la llama en una posibilidad para el desarrollo de las comunidades más deprimidas del país, las de las zonas altas de los departamentos de Puno, Apurimac, Cusco, Huancavelica, ya que su rendimiento es muy superior al que puede obtenerse del ganado ovino o bovino y no requieren los cuidados de éstos.