No sabemos con certeza cómo la llamaban sus propios hablantes – quizás jaqui aru, “lengua de la gente”-, ni tampoco el origen del nombre que en la actualidad lleva: aimara. Quien primero menciona esta palabra es el licenciado Juan Polo de Ondegardo, y recién en 1559. Desde entonces aparece en forma creciente en las crónicas y relaciones, aunque con una significación que todavía no era la actual.
En efecto, durante la mayor parte del siglo XVI, aimara se usará en el Altiplano para denominar al indígena capaz de pagar una contribución “normal”, distinguiéndolo del uro, es decir, aquel que, en razón de su desvalimiento, sólo pagaba una fracción de impuesto posteriormente, designará al idioma que hablaban dichos indios, y estos mismos empezarán a llamar así a su lengua.
Los jesuitas que llegaron tempranamente al Collao pensaron que el aimara era apenas una variante del quechua. Bernabé Cobo, por ejemplo, afirma que las dos lenguas “tienen tanta similitud en los vocablos y construcción, que cualquiera que supiese lo poco que yo de ellas no podrá negar haberse originado ambas de un principio”. Los más recientes estudios lingüísticos, sin embargo, las distinguen claramente, pues, si bien su contacto ha sido muy fluido, el tronco del aimara es distinto, y más bien común con el jacaru y el cauqui, lenguas actualmente en extinción y habladas en la sierra central.
A fines del siglo XVI el aimara era hablando en el altiplano peruano – boliviano, en las provincias de Cangallo y Victor Fajardo, en gran parte de los departamentos del Cusco y Apurimac y en el noreste del de Arequipa. A pesar de lo extenso de este territorio, en esa época ya estaba en retroceso, pues, en realidad, unos siglos antes había sido una lengua panandina con amplia presencia en la zona central del Perú. Incluso es probable que lo hablaran los incas cuando llegaron al Cusco, y que fuera el misterioso “lenguaje secreto” de las panacas reales que menciona el Inca Garcilaso. Hoy ha quedado reducido al departamento de Puno y una pocas zonas de Tacna y Moquegua, y sus hablantes en el Perú se calculan en menos de 400 000.
Según el prestigioso lingüista Alfredo de Torero, el emplazamiento original del aimara fue la costa desde Cañete hasta Acarí. Hacia el Siglo IX, habría llegado al Cusco y Arequipa y penetrando en el altiplano recién en el siglo XIII. Todavía en las serranías de Lima quedan algunos hablantes de cuaqui y jacuru, sus lenguas hermanas, como testimonio de la expansión de esta familia lingüística que algunos especialistas denominan aru.
El aimara es un idioma aglutinante, es decir, que construye sus vocablos utilizando raíces y sufijos. Cuenta con más de doscientos de estos últimos, los que, combinados con las raíces de verbos, podrían dar lugar, teóricamente, a casi cuatrocientos millones de formas verbales diferentes. Como otras lenguas indígenas, ha sufrido fuertemente por la posición dominante del castellano y, antes, del quechua. Sin embargo, ha logrado resistir, y una de sus virtudes, su gramática mucho más regular que las de otras lenguas, característica ya observada por los cronistas del siglo XVI, parece haberle abierto un campo de aplicación inédito. Tal, por lo menos, es la propuesta de Iván Guzmán Rojas, científico boliviano autor de un sistema de traducción computarizada que emplea el aimara como lengua puente. Actualmente este idioma emplea un alfabeto fonémico con 26 consonantes y 3 vocales, que en el Perú ha sido oficializado por resolución ministerial N° 1218-85-ED, del 18 de noviembre de 1985.
Los primeros misioneros usaron el aimara como vehículo de evangelización y, consecuentemente, lo estudiaron. Así el jesuita Ludovico Betonio redactó a fines del siglo XVI, mientras vivía en Juli, s arte breve de la lengua aimara (roma, 1603), primera gramática de esta lengua, y luego un Vocabulario de la lengua aimara (1612), en dos volúmenes. En nuestra época, destacados lingüistas como Marta J. Hardman, Rodolfo Cerrón o Alfredo Torero han continuado las investigaciones, no solo sobre los aspectos gramaticales, de esta lengua, sino también sobre su filiación y proceso de expansión.