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Los hombres de Totora

Los hombres de Totora

Despreciados antes, objetos de la curiosidad de los turistas ahora, siempre pobres, los uros son reputados como los más antiguos pobladores del Titicaca. Hasta hace poco se pensaba que eran sobrevivientes de una raza en extinción que incluso ya había perdido su idioma, el uroquilla. Hoy se sabe que el término uro no designa a una etnia, que los uros no tuvieron idioma propio – algunos suponen que la mayoría hablada puquina, pues habría sido los descendientes de los anteriores pobladores, desplazados por los aimaras – y que tampoco son tan antiguos como se creía.

Es posible que el nombre tuviese un significado diferente antes de la llegada de los españoles, pero en el siglo XVI, cuando se usa abundantemente en los documentos coloniales, servía para designar a los habitantes más pobres del Collao, aquellos de existencia tan precaria que no era posible que se les exigiese el mismo tributo que a los indios comunes, los aimaras. Uro, pues, en contraposición a aimara, hacía referencia a una condición socioeconómica, sin fijarse en el lugar de residencia – se llamaba uros a los pescadores más pobres del litoral de Arica – , el idioma que hablaran – quechua, aimara o puquina – o su procedencia. Como normalmente los más podres, los que no tenían tierras, se iban a vivir entre los matorrales del lago, fueron ésos los uros por antonomasia, y la palabra terminó por designarlos exclusivamente a ellos.

La leyenda decía que los verdaderos uros tenían la sangre negra, por lo que no podían ahogarse ni sentir frío. En verdad, como la mayoría de los indígenas del Collao, presentan en la sangre una cantidad mayor de hemoglobina y de corpúsculos rojos que los habitantes de otras regiones, algo necesario para afrontar la escasez de oxígeno en las alturas, lo que presta a su piel una coloración moreno violácea, carácter todavía no fijado del todo por la herencia, pues cuando bajan a la costa su piel se “aclara” un tanto.

Los hoy llamados uros – se calcula que no quedan sino unas 200 familias – habitan alrededor de cuarenta islas flotantes que en realidad son arrecifes de totora anclados al fondo poco profundo del lago por las raíces de la planta. Se dedican a la pesca, a una incipiente agricultura en sus islas y, cada vez más, a atender y vender artesanías a los numerosos turistas que los visitan. A pesar de los progresos que han experimentado – se han instalado escuelas en sus poblados – su mundo sigue siendo el de la totora, a la cual usan como alimento, como material para sus viviendas y para fabricar sus instrumentos.

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